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miércoles, 11 de febrero de 2009

Reseña: "SOBRE EL ESTÁNDAR Y LA NORMA"

Por: Beatriz Bustos Marcos.

En el texto “Sobre el Estándar y la Norma” se señala hacia uno de los principales fallos de la planificación lingüística: la exigencia por parte de los llamados “guardianes de la lengua” de la existencia de un habla heterogéneo y coincidente con el suyo propio; hacen suyo el concepto de estándar para extrapolarlo a toda la población bajo sus criterios que, según los autores de este texto, son erróneos. La planificación lingüística, como explicaré a continuación, tiene como meta cambiar la sociedad. Si se ignora el verdadero significado de estándar se le está negando a la mayoría de la gente un camino hacia la igualdad de condiciones; si no se acepta el problema de la imprecisión a la hora de describir el estándar se repercutirá negativamente sobre los ciudadanos.

Los “guardianes de la lengua”, además de caer en el error del utilitarismo lingüístico, optan por una valoración que no es plausible puesto que las lenguas no son sistemas uniformes, debido a la diversidad de registros contextualizados por diferentes ámbitos socioculturales. No obstante, este “atributo natural” de los sistemas lingüísticos no debe ser interpretado como algo caótico; la variación es un hecho real y consiste en la coexistencia inevitable de diferentes modelos.
En esta situación, las llamadas “lenguas de cultura” designan a una o varias de sus modalidades dialécticas como estándar. Esta forma es impuesta y utilizada en organismos públicos y oficiales.

A la hora de definir el estándar de una lengua se ha de tener en cuenta la tendencia “anti-normativista” que prima hoy en día y que tiende a rechazar el concepto por tratarse de un sistema que pretende unificar todos los códigos. Según los autores del texto, la lingüística tiene que ser capaz de tratar también la capacidad de los hablantes para valorar qué es más correcto, para demostrar sus conocimientos lingüísticos; esto se opone totalmente a la idea uniforme de estándar. Existe, por tanto, una “moda” por la opción descriptiva entre los lingüistas que conduce a una incompleta codificación de los estándares, puesto que no se llega a los niveles más complejos de los mismos.

En el momento de creación de un estándar cumplen una importante función las razones históricas, que escogen una variedad resultante de la mezcla de algunas variedades geográficas con ciertas variedades diafásicas y sociales.
Los lingüistas hispanos mantienen la “costumbre” de buscar una definición para las cosas en lugar de explicar su funcionamiento para, posteriormente, encontrar posibles soluciones. Este problema trae consigo, en palabras de los autores, “efectos secundarios”: por un lado, encontramos la “originalidad nominalista” que consiste en asignar a una palabra un significado diferente al que se le otorga en otros países. Además, aparece el “casticismo”, que se manifiesta en adaptar a nuestro propio entender los términos foráneos. Esto también se refleja en la lingüística, donde se mantienen discrepancias terminológicas con los lingüistas del resto del mundo. Ocurre lo mismo en el caso que nos ocupa: la definición de estándar hace referencia, en los demás países, a un tipo de habla utilizado a nivel culto que se basa en normas que regulan los usos orales y escritos correctos; mientras que en España, se considera estándar aquella lengua hablada por todos y en cualquier ocasión.

Sin embargo, el estándar y la lengua común son dos términos completamente diferentes, aunque esté popularizada la opinión contraria. El estándar sólo es utilizado por personas que conocen su funcionamiento y saben cuándo y dónde deben ejercer su uso.

En el caso del español, por lo tanto, la lengua hablada difiere bastante del estándar, que se aproxima más a la lengua escrita. Prueba de ello es que incluso aquellos que opinan que la mayoría de los hablantes usamos variedades muy cercanas al estándar advierten que se cometen continuamente errores al hablar y al escribir. Por tanto, no todos los miembros de una comunidad pueden recurrir al “lenguaje culto” cuando lo requieran. El estándar es sólo utilizado por los que ostentan el poder y los más instruidos; apenas utiliza términos dialectales y es conservador en sus usos.

La tarea de los lingüistas es hacer hincapié en esta diferenciación para lograr que todos tengan acceso a esa lengua estándar. Ejemplo de la importancia de este modelo lingüístico es el hecho de que toda política referida a una lengua está dirigida a su estandarización, puesto que así se convierte en apta para utilizarse públicamente en la educación, los medios de comunicación. etc. Sin embargo, nos asalta en este punto el problema de que la lengua estándar ha de generarse en el seno de la sociedad, que tiene que asimilarla progresivamente; su creación no es un acontecimiento repentino ni puede imponerse, lo que dificulta a veces su implantación.

¿Qué ocurre con las personas que prefieren mantener sus dialectos? Los lingüistas creen que los dialectos son dignos de ser respetados pero a la hora de conservarlos y defenderlos no debemos olvidar que pertenecen a un todo que los engloba -el estándar- y que se modifican constantemente; por lo que, para garantizar la supervivencia de estos subestándares, se requiere una mayor dedicación y esfuerzo al mantenimiento de nuestra lengua estándar.

Todas las lenguas estándar se basan y se construyen a partir de la norma; ésta se refiere al hecho de que determinadas elecciones a la hora de hablar y escribir son permisibles, mientras que otras no. Esto depende de si se trata de un caso indudable en el que norma y gramática sean un único ente o de si es un error relativizado por la aceptación social que posee. Este relativismo viene marcado por el triunfo de una moda; la creación del estándar se funda en el prestigio de un grupo social perteneciente a una determinada comunidad lingüística.
Nos guste o no, la norma existe, aunque tenemos la posibilidad de mantener ante ella diferentes actitudes. Resulta curioso que los españoles demostremos tan poco interés no sólo en este asunto, sino en el uso de la lengua en general; esto se debe en gran parte al desconocimiento por parte de los miembros nuestra comunidad lingüística del hecho de que la lengua es básica para la integración y la supervivencia dentro del grupo. Existen incluso sujetos que optan por la automarginación o por la defensa de una revolución antinormativa. (No obstante, España no es el único país donde esto ocurre, puesto que se dan casos semejantes en otros lugares.)
Cierto es que muchas veces se percibe un cierto conservadurismo en la imposición de determinadas normas, como pueden ser las ortográficas, en nuestro idioma ya que se tienden a priorizar los atributos que nos distinguen, en lugar de sucumbir a ser “contaminados” por otras lenguas adaptando sus vocablos a la nuestra. Incluso la vitalidad de una lengua es medida, en muchas ocasiones, por su capacidad interna para crear neologismos.

En conclusión y dejando aparte estas excepciones de “normativismo patriótico”, podemos afirmar que los españoles tenemos problemas a la hora de acercarnos a la norma y por tanto, a la estandarización y a la entropía discursiva que acarrea su aprehensión. El papel que juegan los lingüistas pasa por saber enseñar -basándose en la aceptación del problema como algo complejo- esta lengua estándar, por ayudarnos a mejorar nuestros usos lingüísticos y, de este modo, allanar el camino hacia el cambio esa “red de relaciones que con el lenguaje establecemos”, esto es, nuestra sociedad.

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